Educación y libertad
¿Puede una educación de calidad prescindir de la libertad?
Todos sabemos que la gran deuda de la política pública apunta a implementar cambios urgentes al interior del aula, de modo de mejorar la calidad de la educación. La pregunta que necesitamos responder es ¿por qué no se enfocaron en ello las recientes reformas?
Revisemos las variables de las que depende que avancemos en calidad. Según los expertos necesitamos: creer firmemente en las capacidades de cada niño y exigirles conforme a ello; definir objetivos claros por parte de los colegios en relación a la realidad de sus estudiantes; focalizarse en destrezas básicas primero, cuya complejidad aumenta conforme avanza el proceso de aprendizaje; y estar convencidos -tanto el profesor como el alumno- de que la adquisición de habilidades depende del esfuerzo y el tiempo que ambos le dediquen a ello. Todo lo anterior en un ambiente propicio, seguro y ordenado, enmarcado por el vínculo de colaboración y compromiso entre los padres y el colegio.
¿Qué tienen en común las variables mencionadas? Una rápida revisión de ellas bajo el prisma ideológico de la Nueva Mayoría, nos permite comprender por qué no hemos avanzado sustantivamente en la calidad. Lo primero que salta a la vista es que las variables que mejoran la calidad comparten la fe en el individuo y la necesidad de una colaboración entre las familias y el colegio. Evidentemente que su promoción contradice los fundamentos de toda ideología colectivista. Ello en vistas a que rechazan la importancia del esfuerzo individual, al extremo de ser calificado como “autoexplotación”, y promueven la presencia desmedida del Estado en las relaciones al interior de la sociedad civil.
Así, contrariando el sentido común -compartido incluso por los mismos colectivistas que se esforzaron más que sus pares para llegar a los cargos de poder que ostentan- las reformas poco ayudan, e incluso perjudican en ciertos casos la calidad de la educación, al introducir mayor heterogeneidad en las aulas (dado que las reformas impiden a los colegios elegir a sus alumnos), dificultando aún más la labor de los profesores.
Al limitar a los padres la opción de poner plata de su bolsillo para la educación de sus hijos, se les inhibe el derecho a exigir una mejor calidad de la misma. Por otra parte, al quitar la libertad de los colegios de seleccionar a sus postulantes, limita la posibilidad de lograr una comunidad educativa con un acervo valórico congruente con el proyecto educativo, que favorezca el diálogo y la colaboración entre padres y autoridades.
En suma, las reformas aprobadas tienen en su base una teología del ateísmo de la libertad individual, desde la que suprimen el esfuerzo como pilar de la mejora en la calidad de la educación y promueven la igualdad a toda costa, consolidando las condiciones para, como diría Tocqueville, producir una igualación de las inteligencias en cuyo marco nadie sobresale y nuestra libertad queda aplastada por la coerción del aparato estatal. Así, las reformas atentan en contra de las posibilidades de mejorar sustancialmente la calidad, puesto que debilitan el vínculo familia- colegio y alientan la marginación de los padres del proceso educativo de sus hijos. Y es que como dice la sabiduría popular: a caballo regalado no se le miran los dientes. Y en el caso de una educación totalmente financiada por el Estado, ésta se transforma en el caballo.
De ahí que no son pocos quienes piensan que perdimos una gran oportunidad para avanzar en la fe que cada niño necesita en el desarrollo de sus capacidades, de modo que tenga confianza en sí mismo y pueda pensarse como un adulto capaz, creativo y responsable. Mientras tanto, es bastante sensato prever que la segregación continúe aunque de modo invisible (dentro de los establecimientos) y la veamos en la división de cursos que separan a porros de mateos. En fin, como tantas veces nos ha enseñado la historia de las ideologías que desconfían de la libertad de las personas, la realidad supera con creces las capacidades del planificador para controlarla y asegurar los resultados soñados.