Derechos de la mujer y feminismo
Lucía Santa Cruz: “Me resisto al rol que me quieren endosar de víctima
perpetua, incapaz de hacer valer mis derechos por mí misma.”
Una amiga muy lúcida dice que la defensa de los derechos de las mujeres no es lo mismo que
el feminismo, tal como la preocupación por los pobres no es lo mismo que el marxismo.
Ambas afirmaciones son igualmente falaces y, al igual como el marxismo no resolvió la
pobreza, el feminismo no mejorará la situación de la mujer.
La distinción entre ideología feminista e igualdad de derechos apela a quienes rechazamos la
moda imperante, e insistimos en cuestionar las ideas que nos avasallan y devienen en
verdades incuestionables.
El feminismo doctrinario, en casi todas sus versiones, se sustenta en premisas que están lejos
de ser verdades axiomáticas y merecen una reflexión seria. Sostiene, entre otras, que las
evidentes diferencias físicas y psicológicas objetivas y empíricamente comprobables entre
hombres y mujeres no tendrían consecuencia sobre sus comportamientos, por cuanto toda
diversidad en las características, aptitudes o preferencias sería socialmente construida; y
puede, por eso, ser deconstruida por la acción coactiva del Estado. El feminismo asevera
que estas diferencias responderían a un diseño premeditado por un patriarcado abusivo, que
históricamente ha llevado a la opresión sistemática de las mujeres, con el objetivo explícito de
mantenerlas en la subordinación. Pero la verdad es que tanto hombres como mujeres, durante
la mayor parte de la historia de la humanidad, han estado sometidos a la miseria, las
hambrunas, las pestes y la sumisión; y no es para nada evidente que haya sido el género el
principal factor de discriminación. Es difícil discutir que la condición de la mujer del señor
feudal en la Edad Media haya sido infinitamente superior a la de un campesino hombre, al
igual que la situación de las estudiantes mujeres que hoy protestan es infinitamente mejor, a
pesar de sus dolores, que la de cientos de miles de hombres jóvenes que aún viven en Chile
bajo la línea de la pobreza, muchas veces sin destino ni esperanzas.
Es evidente que hombres y mujeres hemos ocupado roles distintos, pero eso no significa que
ellos hayan sido enteramente arbitrarios, pues de alguna forma han sido la respuesta a los
imperativos de la mantención de la especie. En una época en que la expectativa de vida no
era superior a 30 años, con altísimas tasas de mortalidad infantil, las mujeres debían tener
múltiples embarazos para que sobrevivieran solo dos. Del mismo modo, cuando no existían
sustitutos de la leche materna, era predecible que las encargadas principales de la crianza de
los hijos hayan sido las mujeres; e igualmente previsible que hayan sido los hombres los principales proveedores, cuando la producción dependía mayoritariamente de la fuerza física.
Más aun, es anacrónico sugerir que los hombres hayan ocupado siempre monopólicamente el
espacio público, relegando a las mujeres al espacio doméstico, pues dicha distinción entre lo
público y lo privado no es posible antes de la modernidad. Por siglos, la unidad productiva en
el sistema agrícola fue la familia, con una división del trabajo acorde a las ventajas
competitivas de cada cual. Finalmente, si las mujeres hemos sido el género históricamente
maltratado, ¿por qué somos demográficamente más fuertes que los hombres, vivimos varios
años más en promedio y tenemos menor morbilidad?
Debo confesar que mis razones son de conveniencia: necesito un pasado del cual las mujeres
podamos sentir un cierto orgullo, pues solo de una historia digna emergen mujeres poderosas;
y me resisto al rol que me quieren endosar de víctima perpetua, incapaz de hacer valer mis
derechos por mí misma. Finalmente, ¿alguien se ha preguntado lo que el feminismo está
haciendo con los hombres, con su autopercepción y su autoestima? ¿Cómo se sentirán ellos
al ser mirados como violadores, acosadores o abusadores congénitos?
Lucía Santa Cruz